Con la que ha caído estos días, la verdad es que habíamos pensado seriamente en titular este post como «¡brrrrrrrrrrrr!», pero a fin de cuentas, el frío es uno de nuestros principales sectores de negocio, y eso se merece un respeto. El frío industrial, se entiende, no meteorológico, lo que nos da pie a haber aguantado en alguna ocasión la bromita esa sobre si también vendemos neveras a los esquimales (la gente, que es de un original…). Pero el frío, la refrigeración, la congelación, no son cosa de broma. Han jugado un papel primordial en la evolución de la alimentación y el bienestar de la humanidad.
La conservación de los alimentos ha sido siempre una necesidad básica. Antes de que se inventara nada parecido a una nevera, en la antigua Roma se utilizaban agujeros rellenos de paja, y después con nieve traída de las montañas, para conservar alimentos y bebidas. Esto permitió a las clases más pudientes disfrutar de delicias como helados o sorbetes, a los que por ejemplo, el emperador Nerón era un gran aficionado (no es cosa de pensar aquí en el tipo de ERE que podía aplicar a los esclavos que no le tuvieran a punto el sorbete bien fresquito).
Las primeras neveras modernas pasaron por los habituales pasos de prototipos e intentos iniciales (una completa relación puede encontrarse en este utilísimo sitio web) hasta que el ingeniero alemán Carl von Linden patentó en 1876 el proceso de liquidificar el gas, que es una parte básica del proceso de refrigeración. Siguieron los primeros modelos de refrigeradores, entre los que destacó el patentado por el estadounidense Thomas Elkins en 1879, y destacó por dos razones: Elkins era negro, lo cual lo convierte en uno de los primeros afroamericanos en desarrollar importantes trabajos científicos, y su modelo de refrigerador fue diseñado inicialmente, entre otras funciones, para la conservación de cadáveres.
Un tiempo después, el inventor Fred Wolf creó un refrigerador doméstico que presentaba como novedad una bandeja para hacer cubitos de hielo. Aunque su modelo no tuvo mucho éxito, sirvió para que las neveras americanas de los años 20 y 30 incorporaran la función de fabricar hielo en casa. Fue toda una revolución comparada con la alternativa anterior de comprarlo en barras y trocearlas a golpe de picahielos, y un tiempo después comenzaron a aparecer las primeras máquinas específicas para la fabricación de cubitos, que se demostraron como un elemento imprescindible para bares y restaurantes… En cambio, la tecnología tardó un poco más (hay quien dice que aún no lo ha conseguido) en crear las bandejas de cubitos que permitieran extraerlos con comodidad, y no tras ardua y denodada lucha.
Pero en el sector industrial, la refrigeración se estaba utilizando desde mucho tiempo antes. A mediados del siglo XIX, los sectores cárnico y cervecero (curiosamente, este fue el primero en adoptarla) la empleaban de forma extensa. Su uso por los productores de carne dio, literalmente, la vuelta al mercado: antes, el sacrificio de los animales se realizaba en invierno, única estación que permitía conservar la carne durante algún tiempo, pero ahora la industria podía llevar a cabo la actividad en cualquier estación y, al mejorar las condiciones de conservación, también mejoró la calidad del producto. Transportar los productos alimentarios sin que perdieran propiedades fue también un problema, que conoció una sensible mejora cuando J. B. Sutherland, de Detroit, patentó en 1867 el primer vagón de tren refrigerado, que contaba con dos grandes depósitos de hielo a cada lado. Entre sus efectos más inmediatos estuvo disparar las posibilidades de la industria alimentaria de Estados Unidos, que pudo empezar a exportar sus productos de una a otra punta del país.
Entrando en el siglo XXI, el frío industrial es un campo que, desde luego, conocemos bien. Vagones de tren refrigerados no hacemos, pero sí neveras, máquinas de hielo, congeladores, y abatidores de temperatura que, como ya hemos comentado en este blog, se están convirtiendo en el top del frío industrial aplicado a restaurantes, ya que su gran velocidad de enfriamiento y congelación permite conservar todas las propiedades de los alimentos y evitar la proliferación de bacterias.
Y otra cosa que tampoco hacemos es vender neveras a los esquimales… De momento, porque la verdad es que sí las utilizan. Si no, sus alimentos no estarían frescos sino a temperatura ambiente, o congelados, sin término medio. Y es que siempre quedan mercados por explorar…
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