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Lavanderías autoservicio: la explosión del láveselo usted mismo 

¿Lavanderí­as autoservicio en España? Cuesta creerlo; a fin de cuentas, siempre que hemos visto una pelí­cula donde los protagonistas se conocen, charlan o ligan entre lavadoras y cestas de ropa, esta era indefectiblemente norteamericana. Al costumbrismo moderno español corresponden más bien las escenas de ropa tendida al sol… por lo menos hasta que llegaron las secadoras.

Pero los tiempos cambian, y las costumbres también. O más bien son las costumbres las que hacen cambiar los tiempos. Las lavanderí­as de autoservicio existen desde hace mucho tiempo –de hecho, se dice que la primera fue abierta en Fort Worth, Texas, en 1934–, y de su paí­s de origen, Estados Unidos, pasaron a otros como Inglaterra donde vivieron un verdadero auge en los años 60. La misma época donde en España parecí­amos habernos tomado en sentido literal la frase de que «la ropa sucia se lava en casa». Aquí­ pasamos de lavar a mano a llenar nuestros hogares de lavadoras pagadas en cómodos plazos.

Del colectivo de inmigrantes y los solteros, su uso se está extendiendo cada vez más a las familias

Y sin embargo, de repente vemos que el número de lavanderí­as de autoservicio en Madrid se ha duplicado en el último año. Obviamente, partiendo de cifras muy bajas, pero al mismo tiempo con expectativas muy altas de crecimiento: de cinco locales se ha pasado a once, y hay previsiones de abrir otras catorce. La verdad es que la lavanderí­a de autoservicio es un campo por el que siempre hemos apostado en Fagor Professional, y contamos con modelos de lavadoras especí­ficos para este sector. De hecho, acabamos de proporcionar el equipamiento para abrir una lavanderí­a automática en Valencia, a la que seguirán otras de la misma cadena. Pero ¿cómo es que las lavadoras están saliendo poco a poco de los hogares?

Para Francisco Gómez, Director de nuestra División de Lavanderí­a Industrial, uno de los motivos principales es que «el espectro de población ha cambiado. Ahora hay mucha población inmigrante que procede de paí­ses donde sí­ están acostumbrados a las lavanderí­as; también hay personas que se independizan, viven solas, pero no pueden dedicarle todos los dí­as el tiempo necesario a lavar la ropa, y prefieren, en vez de hacer dos o tres coladas con las lavadoras pequeñas, ir el fin de semana con un paquete grande de ropa y lavarla toda a la vez en una sola carga. Y por último, hay también gente que tiene averiada la máquina de casa y no tiene trescientos euros para comprar una nueva… pero sí­ cuatro para hacer en la lavanderí­a la colada de la semana, con las sábanas y las toallas».

Una caracterí­stica curiosa de este negocio, afirma Francisco Gómez, es que no importa que haya varias lavanderí­as en una misma calle, ya que «la gente va siempre a la que está más cerca de su casa». Una gente que incluye, cada vez más, a eso que se ha llamado siempre familias tradicionales españolas, que van copiando las costumbres de los inmigrantes. Con buenos motivos: «En una lavadora de casa cabe un edredón, uno solo, y con dificultad según lo grande o esponjoso que sea. Y a veces no se remoja bien, porque con él la lavadora está muy llena. Una opción es ir a la tintorerí­a, que es cara, aunque como consecuencia de la extensión de las lavanderí­as, los precios están empezando a bajar. Y otra es la lavanderí­a donde, por cuatro o cinco euros, puedes lavar no uno, sino tres o cuatro edredones, sábanas, mantas… y luego secarlos por tres o cuatro euros más».

¿Qué caracterí­sticas necesita uno de estos establecimientos para tener éxito? Algunas ni siquiera requieren personal, salvo el que vaya cada dí­a para el mantenimiento. Pero sí­ es necesario que cuenten con «máquinas muy sencillas, sin grandes complicaciones para poner en marcha, con cuatro programas muy explicados y rotulados, en plan «apretar botón A», para que nadie tenga problemas», explica Francisco Gómez. Todos estos factores parecen haber confluido para que la lavanderí­a se termine convirtiendo, también aquí­, en uno de los puntos de contacto del barrio. Ahora solo nos falta la primera pelí­cula que se anime a utilizar una como decorado.

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