Tradicionalmente, el término «robot de cocina» se aplicaba sobre todo a esos prácticos aparatos que ayudan a los cocineros –domésticos y profesionales- a llevar a cabo esas tareas típicas del proceso de preparación de los platos donde lo mecánico prima sobre lo creativo: cortar, trocear, pelar, picar, batir… útiles y populares, desde luego, aunque si nos ateníamos a lo que nos habían contado las novelas y el cine de ciencia-ficción, pinta de robot tenían poca. No disponían de piernas ni manos, no se movían por su cuenta, no hablaban y seguro que nadie les había explicado las famosas tres leyes de Asimov. Un desastre, vamos.
Ya se sabe que los robots del mundo real tienen muy poco que ver con sus contrapartidas de ficción. Sin embargo, una excepción la hemos encontrado recientemente en China, donde un modelo específico se está haciendo muy popular en el sector de la restauración: el Chef Cui o, como es más conocido, el noodle robot o «robot de tallarines», cuya única función es cortar los populares fideos que constituyen uno de los pilares de la alimentación oriental. Eso sí, lo hace tan bien, tan rápido y con tanta precisión que su creador, Cui Runguan, declara haber vendido ya más de 3.000 ejemplares a pesar de los casi 2.000 euros que cuesta cada uno. ¿Frívolo? No tanto si se piensa en la cantidad de tallarines que se pueden preparar y servir en un solo día en un noodle bar, suficientes para justificar un desembolso tan cuantioso. En este vídeo podéis verlo en acción:
Lo llamativo del Chef Cui es que sí que parece un robot. Algunos periodistas han señalado que probablemente la cabeza sea sólo de adorno, pero no puede decirse lo mismo de sus dos brazos, que utiliza para cortar los tallarines de una manera casi idéntica a la que emplearía un cocinero de carne y hueso. ¿Por qué éste sí tiene aspecto humano y los otros no? Porque, sencillamente, no hay una manera de llevar a cabo esta acción de sujetar y cortar que sea más eficaz que la utilizada por el cuerpo humano.
En su libro Cuerpos y máquinas, el investigador y experto en robótica Rodney A. Brooks despejaba algunas de las incógnitas sobre los futuros robots domésticos, sobre todo referentes a su diseño. Y dejó muy claro que pocos de ellos tendrían aspecto humano, porque nuestra manera de andar y operar con las extremidades comporta unos niveles de desplazamiento y estabilización que la tecnología, hasta el momento, está muy lejos de igualar, incluso para cosas que consideramos como simples. Por ejemplo, cuando habla de una operación tan sencilla como recoger la mesa, explica «es posible que antes de una década (Brooks escribió su libro en 2003) tengamos un robot que tome los platos de una mesa y los lleve a la cocina. Pero es bastante improbable que consiga colocar cada plato en el lavavajillas, puesto que se trata de una operación que requiere bastante destreza. Los lavavajillas han sido concebidos para ser manejados por personas, y los diseñadores mejoraron al máximo el sistema de encajar los platos, sabiendo que de eso se ocuparían seres humanos hábiles». De la misma manera, «resulta verosímil a más largo plazo un robot que haga la cama, recoja las prendas sucias y las eche en el cesto correspondiente. Más difícil de imaginar ahora es el robot que descargue del coche las bolsas del supermercado y asuma la tarea de introducir los víveres en el frigorífico. Cabe imaginar que ese tipo de robot haya de aguardar a una organización fundamentalmente nueva de la cocina, que facilite de una manera distinta su carácter funcional».
Dicho de otro modo, no tiene mucho sentido adaptar a los robots las cosas pensadas para seres humanos. No tenemos motivos para dudar de que Chef Cui corta los tallarines magníficamente, pero sí para pensar que sea el primer paso hacia una nueva generación de ayudantes de cocina antropomorfos. A fin de cuentas, en Fagor Professional también fabricamos robots, y el mejor ejemplo está probablemente en nuestra línea de planchadoras y plegadoras. Y ninguna habla ni tiene brazos… aunque trabajan bien.
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