Aclaremos antes de nada que este post no tiene nada que ver con los planes de expansión internacional de Fagor Professional. Pero nos ha llamado la atención la noticia de las nuevas investigaciones de la NASA en la planificación y elaboración de la dieta que deberían seguir los astronautas en un hipotético viaje a Marte. Primero, por lo ambicioso del proyecto –no nos referimos a la misión, sino a la alimentación en sí- y segundo, por todo lo que ha evolucionado la comida en el espacio desde que comenzaron las misiones fuera del planeta.
Comestible, sí. Apetitosa, no tanto…
El proyecto está dirigido por la investigadora de Lockheed Martin Maya Cooper, que esta semana ha presentado a la prensa algunas llamativas muestras de los alimentos que habría en la despensa del vuelo a Marte, donde se incluían exquisiteces como la pizza. Todo un cambio con respecto a las raciones incluidas en los primeros vuelos espaciales, que ningún astronauta tiene ganas de volver a probar. Pero es que en este caso, la dieta tiene que ser sana y variada, porque Marte está muy lejos de la Tierra… O, mejor dicho, está muy lejos la mayor parte del tiempo.
Como otros planetas de nuestro Sistema Solar, Marte describe una órbita elíptica, es decir, no está siempre a la misma distancia de la Tierra. Cuando más cerca está, es cuando se encuentra en oposición, es decir, en sentido opuesto a donde vemos el sol, posición que alcanza cada 780 días. Las distancias a las que se sitúa entonces varían entre 56 y 100 millones de kilómetros, que aunque impresionen, son mucho menores que los 399 millones que puede alcanzar en sus puntos más lejanos (cuando está en conjunción). Para sacar partido de estas fases de acercamiento, una nave tripulada se lanzaría aprovechando la oposición, tardaría unos seis meses en llegar al Planeta Rojo, y allí sus tripulantes deberían esperar un año y medio hasta que se dieran de nuevo las condiciones idóneas para el regreso… que tardaría otros seis meses. Tiempo total aproximado de la misión: dos años y medio.
El problema es qué se va a comer durante todo ese tiempo.
Por lo menos, las agencias espaciales no parten de cero; la Estación Espacial Internacional ha sido muy útil a la hora de ir aprendiendo cosas sobre almacenamiento de alimentos en el espacio para largos periodos. Se calcula que sus astronautas tienen unas cien opciones de alimentación. Todo un avance desde el proyecto Mercury allá por los años 60 del pasado siglo, primero en el que se planteó la necesidad de incluir alimentos para la tripulación: los menús, por llamarlos de alguna manera, constaban de semilíquidos en tubos que se sorbían con pajitas, y cubitos de comida deshidratada que se metían en la boca hasta que la saliva los volvía comestibles. En la misión Gemini, en 1965, se popularizó la comida liofilizada, es decir, cocinada, congelada y envasada al vacío para eliminarle el agua. Para cuando se lanzó el Apollo 11 los astronautas ya contaban con unos 60 platos disponibles, y se había avanzado en envases que mantenían la humedad y permitían saltarse la deshidratación. También se probaron los primeros sándwiches, muy útiles para ser consumidos en un entorno sin gravedad.
Tanto la Estación Espacial como los transbordadores han servido para conocer más cosas sobre las opciones para almacenar comida para estancias espaciales prolongadas, y sobre la posibilidad de que los astronautas cultiven sus propias verduras durante la misión, no sobre tierra firme, sino sobre lechos de agua ricos en minerales, lo que se conoce como cultivo hidropónico. Un campo sobre el que el equipo de Cooper también está trabajando, ya que una importante cuestión a resolver en una misión de años es el suministro de alimentos frescos para la tripulación.
En cuanto a la cocina… básicamente sigue consistiendo en rehidratar y calentar, un proceso que puede requerir entre 20 y 30 minutos. En 2009 la astronauta Sandra Magnus publicó unos artículos muy informativos sobre sus esfuerzos por cocinar en gravedad cero, que requirieron de bolsas donde introducir los alimentos que debía cortar, y grandes cantidades de cinta adhesiva para evitar que recipientes y utensilios floten por toda la nave. Así describía cómo se manejaba con una cebolla: «la corto por la mitad, dejo una mitad sobre la cinta adhesiva y, con mi mano sobre la parte superior de la otra mitad, puedo cortarla en trozos grandes sin que ninguno salga flotando. Cojo el puñado de trozos y los meto en una bolsa de aluminio. Esto puede ser complicado, porque dependiendo del jugo que tuviera la cebolla, los trozos tienden a quedárseme pegados en la mano y no puedo soltarlos, ya que no tengo nada con que impulsarlos. Tengo que echarlos de mi mano directamente en la bolsa; si cortara los trozos demasiado pequeños, esto sería un desastre».
Quizá, más que nuevos menús, la NASA debería trabajar en cabinas de animación suspendida como las que salen en Prometheus; para que los astronautas no tuvieran que cocinar.
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